Diario de Cuarentena

El Museo de Arte Contemporáneo de La Boca invitó a Lila Siegrist y Leticia Obeid a llevar una correspondencia entre el 25 de abril y el 3 de mayo de 2020. Estas cartas se enviaban por mail a los lectores, cada día.

                                         

Rosario, 25 de abril

Hola, mi querida y estimada Leti:

en primer lugar, contarte que es un honor cruzar correspondencia con vos. Festejo esta idea del equipo de trabajadores del MARCO, que nos convoca a conversar. Me gustan estas invitaciones y algunas reglas que alimenten sensibilidades, aunque al momento de trabajar jamás las atienda. Pienso en vos. Pienso mucho en vos. Pienso en la primera obra tuya que vi, pienso en tus libros, en cómo es ver y escribir, en cómo es vivir en Buenos Aires, en cómo son nuestros compromisos militantes.

Me pasan cosas por estos días. Cuando digo que me pasan cosas, es que estoy en esos momentos esporádicos en los que sí te concentrás mucho en algo las ideas se corporizan. A tal punto que regulo mucho mis pensamientos, mi volición y las imágenes que resuelven mis deseos, regulo mis horizontes, mis proyecciones para ser prudente. Temo volverme un médium, pero no del más allá sino, del más acá. Será el reposo y este otro tiempo que se abre entre nosotros y para adentro de nuestro torrente. Te cuento esto xq he pensado en vos, como el algoritmo que condiciona nuestras pantallas, pero ahora con el amor. He pensado en vos y, también, debo admitirlo en cuanto me llegó la propuesta desde el museo, rogué a la Tierra y a todo el Litoral Húmedo que me toque escribirme con vos. Si, te lo aseguro por los talones de mis chicos, me dije: Leti, Leti, Leti, dulce Leti, hagamos un ejercicio juntas. Y, acá estamos.
No quiero atorarte de entusiasmo y tópicos para conversar, seguro irán surgiendo. Ahora tengo que ir a la dentista a que me ajusten los fierros de las ortodoncias por lo que rajo a completar la literatura de las declaraciones juradas que nos permiten salir y circular.

Te abrazo,
Lila.                                                                                    

Buenos Aires, 26 de abril

Lila hermosa,

te cuento que cuando me contactaron para escribirme con vos les djie que sí en seguida. Me gustan mucho las cartas, y pensé que me iba a hacer bien leerte, contestarte, conversar sin el apuro del teléfono o los mensajes. Después de decirles que sí, repasé en mi memoria si alguna vez había hecho esto públicamente y me acordé de que hace un par de años me invitaron a hacer lo mismo, o parecido (porque en aquel caso pudimos leerlo en vivo) con Cuqui, de Córdoba. Tan intensamente pensé en Cuqui que al rato había un mensaje de ella en Facebook. Juro que hacía como un año que no nos comunicábamos, si no más. Te cuento esto porque me parece la prueba de que, si pensamos con intensidad, pueden pasar algunas cosas, tal como decís. Así que hay que usar nuestro poder de brujildas con sabiduría. En otra época hubiéramos hecho esto en papel, cosa que seguramente vos llegaste a experimentar en tu adolescencia, y me puedo imaginar que te habrá dado gusto, como a mí. Escribir, enviar, esperar, recibir, abrir, leer, y volver a empezar. Cuando te llegaba la carta de alguien que te contaba su estado de ánimo, ese estado seguramente ya se había diluido, como una tormenta. Era cosa del pasado, pero se la leía en presente. Ese rastro del tiempo en el objeto, que se impregna del momento, me fascina.

¿Sabés lo que estoy haciendo desde que empezó la cuarentena? Parece una locura, pero creo que me vas a entender. Agarro textos manuscritos de escritores que me gustan, que encuentro escarbando en internet, derivando (generalmente del siglo XIX o XX, cuando aún se escribía a mano); los calco en papeles, usando la luz de la pantalla, como si fuera un banco de luz o mesa de luz, no sé -tiene un nombre especial en fotografía ese dispositivo que sirve para mirar negativos, capaz vos sepas-. La cuestión es que copio las formas primero en lápiz, porque lo tengo que hacer con la pantalla vertical, y después le paso arriba la tinta con plumín, o birome, o una fibra fina, lo que sea más parecido. Ahí voy mirando lo que veo en la pantalla y siguiendo la huella que me hice. Es decir que copio y recreo, pero nunca queda igual, porque el gesto del otro tiene un automatismo que es muy difícil repetir y que se choca con mi propio gesto. Te diría que la letra es imposible de copiar, es casi como una huella digital. Pero esa actividad casi imposible me ha servido como anclaje en estos días tan extraños. No es que no me guste estar en mi casa, al contrario, es lo que más me gusta, pero el rigor de la cuarentena y el confinamiento solitario piden que nos inventemos algunas ceremonias para que los días se hilvanen, no?.

Me hiciste reír con eso de que para salir a arreglarte los fierros tenías que completar toda una literatura! fierro y pluma! hermoso. ¿Cómo la estás llevando, querida Lila? Contáme lo que quieras.

Un abrazo largo como la ruta que va de acá hasta tu casa, en Rosario.

Leti.

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