Texto para PRISMA, revista de la UNC, sobre el mercado del arte
“Especular, como remite la palabra original,
Verónica Gago, Facebook, 24/01/2023.
tiene que ver con las imágenes que juegan a
espejarse pero es además el saber sobre el
porvenir que intentan apropiarse las finanzas.
La especulación es un modo de manejo del
tiempo, de fabular sus posibilidades, de abrirlo
al acontecimiento pero también de sacarle
provecho, de hojaldrarlo.”
El arte como esfera autónoma, aún cuando sus
formas hayan cambiado a lo largo de los siglos,
nació junto al mercado. Una vez liberado de sus
patrones religiosos el arte siempre ha estado tan
entretejido con el hacer mercantil que sus esfuerzos por distinguirse podrían pensarse como simulacros para que no se vea lo mucho que comparten, sustancialmente. Por supuesto hubo arte antes del Renacimiento, por supuesto hubo arte en la Edad Media, en la Antigüedad, en las culturas precolombinas, en la prehistoria. Pero, para acotar un poco el recorrido, digamos que este arte del que hablamos es una práctica en la que se producen objetos más o menos únicos –pueden ser series pero tienen un solo autor cada vez – con materiales caros o no, y un valor agregado que puede oscilar entre el negativo –que es cuando su productor pone los materiales, su tiempo y su saber sin retorno económico- a cifras que difícilmente otras actividades puedan alcanzar.
No importa cuánto coquetee el arte con la
inmaterialidad, siempre está fabricando un objeto,
que puede ser también un fenómeno, pero que luego deja algún tipo de rastro y este rastro lo convierte en una cosa coleccionable. Pues junto al arte nació también el coleccionismo, la práctica de acumular objetos, clasificarlos, atesorarlos e incluso mostrarlos, sin compartir su propiedad, por supuesto.
Con el surgimiento de una economía global financiera, el arte ha acompañado las transformaciones con resistencia a veces y con entusiasmo en no pocas ocasiones, volviéndose materia de inversión.
Esto es así en Occidente y Oriente, en el Norte y el
Sur: el arte es una forma de especular, en todos los
sentidos de la palabra.
¿Cuál es la historia del mercado del arte en Córdoba? Como muchas historias cordobesas, esta
aún no está escrita. Sabemos que hay y que hubo
arte en Córdoba en todas sus variables: precolombino, religioso, monárquico, decimonónico, moderno, vanguardista, contemporáneo, etc. Hubo por lo menos desde el siglo XIX – acá no avanzo más porque esto les corresponde a los historiadores-productores
de arte y gente o instituciones que lo compraban o por lo menos lo encargaban, y seguramente lo coleccionaban. De esto dan cuenta los museos que existen en la ciudad, una lista nutrida de nombres autorales, una bienal que existió en la década de 1960, dos Facultades de artes.
Sería interesante preguntarse qué significa la
frase “en Córdoba no hay mercado”, que se oye
también en relación a otras ciudades argentinas.
Un significado de esto puede ser que el mercado
no es suficientemente grande para alojar en su
economía a todos los agentes y productores involucrados.
Pero esto es parte de la naturaleza del arte concebido como soporte de la especulación y
sus mecanismos de creación de escasez, en todos
lados. Para que un objeto pueda valer lo que vale,
hace falta una creación enorme de materia y que
una buena parte de ella pueda ser considerada superflua desde el punto de vista del valor de mercado. El arte así concebido va de la mano de todas las formas del extractivismo que conocemos en esta fase del capitalismo.
Parte de esos mecanismos se basan en la vieja
premisa colonial de que el modelo siempre es externo y lejano al territorio que se habita. Pongamos por caso, al mercado del arte de la Ciudad -falsamente llamada- Autónoma de Buenos Aires, que parece ser el faro del mercado del arte argentino. No por un exceso de talento ni por las condiciones del agua ni por la existencia de escuelas de arte excepcionales ni tampoco de un público importante en términos de masa, sino por el sencillo hecho de que allí se acumulan los recursos económicos de un país enorme,
Buenos Aires ha ido desarrollando un mercado
de tamaño modesto pero bastante estable, cuyos
bordes van cambiando pero cuyo núcleo es siempre más o menos el mismo, con la emergencia de algunos agentes que tímidamente se van haciendo un lugar –por ejemplo los curadores, los investigadores– y que contribuyen a cimentar la ilusión de que todos los productores culturales van a poder ser integrados económicamente.
Esta ilusión no por intangible es menos poderosa,
su energía es la que mantiene en actividad a
una cantidad enorme de trabajadores con sus diferentes especialidades. La ilusión de que se puede vivir del arte hace que muchas personas lo intenten.
Todos conocemos a alguien, que conoce a alguien,
que vive en parte de vender su arte. Esa porción
es muy elástica. Y para sostener esa brecha que
se abre todo el tiempo entre la ilusión y la realidad
material, hay todo un mundo de simulacros.